Acabo de regresar, oloroso y sudado, después de un viaje por bicicleta por las calles humedas de Tel Aviv.
Esquivé a marroquíes, etiopes, rusos, drusos, árabes y gringos de todas las edades. Pasé por encima de vagabundos y prostitutas. En el camino de regreso casi me estrello con un arz borracho que estaba ligando con una freja y una shiksa. Unos punks me saludaron o albureáron, no lo sé bien. Casi antes de llegar a mi casa, unos niños de quince años se escondieron de mi: pensaban que era un policía, que me los quería llevar por estar tomando siendo menores de edad.
Disfruté de un té keurouaqueno con mi pseudo-jefe, Benny Bailey, de los Jewish Salons. Sentados debajo de una ave que sobrevolaba todo el mar mediterráneo , empezamos a hablar sobre la dudosa posición de Israel con respecto a la visita de Chomsky, sobre el carácter "juguetón" (por decirlo de alguna manera) de la esposa Ben Gurion en los tiempos de la fundación de Israel, sobre la política mexicana, sobre mujeres, sobre chocolates, sobre café.
Comimos shabat con su familia y su adorable hija. Marroquíes y ashkenazis juntos en la sala, pezcado y humus en la mesa . Conversé con su nuero sobre la flotilla, sobre la guerra de Líbano, sobre la posición de los etiopes en Israel.
¡Pero, qué puto calor hace! Uno no puede pasar un solo día sin cambiarse de ropa por lo menos tres veces, la humedad y el sudor impregnan todo.
Mañana voy para Hertzeliya, puede que el Domingo en la mañana regrese a Jerusalem.
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